Las juntas de accionistas suelen ser aburridas. Pero si Elon Musk está en el escenario bailando junto a un robot humanoide de Tesla, el espectáculo está garantizado. Eso ocurrió el 6 de noviembre, convirtiendo una votación corporativa en todo un circo (musical incluido). Pero el trasfondo era más serio: más del 75% de los accionistas de Tesla aprobaron otorgar a Musk un paquete de compensación que podría llegar a 1 billón de dólares. Sí, ese número tiene doce ceros. La noticia se convirtió en tendencia global y no es para menos: nunca antes se había visto algo así, ni siquiera en Silicon Valley.
El precio de un “mesías”
Musk logró el respaldo necesario para una retribución que, en teoría, debería mantenerlo motivado para llevar a Tesla al siguiente nivel. ¿El plan? Si en la próxima década la empresa alcanza una valuación de 8.5 billones de dólares (actualmente está en 1.4 billones), y si además cumple sus promesas de flotas de robotaxis y ejércitos de robots humanoides, Musk se llevará una tajada impensable en acciones. La lógica oficial: asegurar que el líder siga “enfocado” en Tesla. Porque, según él mismo, su permanencia afecta nada menos que el futuro de la civilización.
Pero si eso suena un poco melodramático, no eres el único. Algunos accionistas institucionales y fondos grandes —como el fondo soberano de Noruega— votaron en contra del acuerdo. Ni qué decir de los asesores de voto (las “proxy advisers”), quienes no solo criticaron el tamaño del paquete, sino su estructura: los objetivos pueden cumplirse parcialmente y aun así Musk podría embolsarse una fortuna. La respuesta del magnate fue llamar “terroristas corporativos” a estos asesores. Argumentos políticos al estilo Musk.
¿Gobernanza o show personal?
Lo que queda claro es que Musk y la cúpula de Tesla dominaron la narrativa. El propio CEO posee el 15% de las acciones y otros 35% están en manos de pequeños inversores, muchos de ellos fans acérrimos que ven a Musk casi como un profeta tecnológico. Desde que Tesla mudó su sede legal a Texas —tras chocar con la justicia de Delaware, que había anulado un acuerdo previo—, las reglas también le dan más margen: pudo votar por su propio aumento salarial.
Así, Tesla ya no parece una empresa “normal” sometida a controles corporativos tradicionales. Es, cada vez más, el show de Musk. Si amenaza con irse, tiembla hasta el Nasdaq.
¿Se justifica el mega bono?
Más allá del carisma y la personalidad de Musk, la situación de Tesla está lejos de ser ideal. El crecimiento explosivo en ventas se ha estancado y las utilidades van en picada. El portafolio de autos es pequeño y la competencia, especialmente desde China, crece cada mes. Su gran apuesta son los robotaxis y los robots humanoides: tecnología de frontera, pero con riesgos altísimos. Musk asegura que estos robots serán el 80% del valor futuro de Tesla —pero hoy, eso huele más a promesa que a realidad.
Esta es la gran pregunta: ¿De verdad hacía falta el incentivo de 1 billón de dólares? Incluso sin este acuerdo, Musk tenía mucho que ganar si conseguía cumplir sus visiones para la compañía. Pero el consejo de Tesla optó por atar aún más el destino de la empresa a los caprichos y genialidades de su CEO.
Lecciones para el mundo corporativo
Detrás de los titulares se esconde una lección incómoda sobre el poder de las grandes personalidades en las empresas públicas. Cuando alguien puede impulsar (o bloquear) decisiones de esta magnitud, el concepto de “gobernanza corporativa” queda en entredicho. ¿Para quién trabajan los consejos de administración? ¿Hasta qué punto una empresa de esta talla puede permitirse depender de una sola figura?
El acuerdo de Musk rompe todos los moldes y abre el debate: ¿es genialidad visionaria o captura corporativa? Más allá de los robots y la música funky, es un recordatorio de que el verdadero espectáculo en Tesla ocurre tras bambalinas, en los juegos de poder y las apuestas multimillonarias. Los accionistas, por ahora, parecen contentos con el show. Pero en Wall Street y en los fondos institucionales, muchos siguen preguntándose quién lleva realmente el volante.



